Un año antes de la pandemia se creó y se estrenó una miniserie en Francia que se llama El colapso (L’effondrement). Si no la han visto, háganlo. Es magnífica. Pero antes hay que asegurarse de tener el ánimo bien sujeto a la osamenta y capacidad crítica, no la del cinéfilo, crítica de la esencial, la del pensamiento. Lo que presenta la serie es una sociedad revolviéndose como puede ante una caída total del sistema, desde lo económico a lo social. Lo terrible es que esa debacle ahora puede sonar demasiado familiar.
El mayor peligro que ha traído este virus no es el contagio ni la propia muerte. Es lo que puede llegar a generar. Miedo, egoísmo, soledad, abandono, hambre, racismo, violencia, tribalismo, ¿alguien da más?
Sí, demos más. Un poquito de lo otro para compensar la balanza, ¿no? Un poco de cabeza, que si no la ponen las instituciones ya la están poniendo los ciudadanos, que sin ellos todo esto se va por el sumidero.
La lista de lo que uno puede hacer para combatir el peligro es infinita. Las marcas también pueden sumarse. Más que nunca las miramos no como logotipos sino como compañías llenas de personas que hacen o no hacen determinadas cosas. Así que a por ello. Siento a mi pesar que se me ocurren unos trucos de todo a cien o de un Yoda de pacotilla pero que tienen el infalible don del sentido común, o de lo obvio.
Para afrontar el peligro no falla agarrarse fuerte de la mano. Los niños se lo saben. Cruzan la calle cogidos de a uno, o en grandes filas. Eso no hace parar el coche que se salta el paso de cebra, pero hace que se te vea más en la distancia. Quizás sería bueno que hubiera marcas que se agarraran fuertes a la de al lado, no importa si tiene la mano pringosa de su campaña o si te aprieta de más. El hecho es que cada vez lo colaborativo tiene más sentido desde el marketing para arreglar problemas como los de ahora, que uno solo no sabe ni por dónde empezar.
Para desafiar al peligro también vale hablarle tú a él, antes de que te hable a ti. Así en plan Walt Kowalski. Siendo más aventurado que eso que te da terror. No cabe eso de venirse abajo mirándose al espejo y viendo como asoma la artrosis. No. Como marca que quiere quedarse, toca defender los valores que te han traído hasta aquí como quien defiende su Gran Torino. Es momento de posicionarse más que nunca del lado de la buena gente. De la gente buena.
Para combatir el peligro cabe comprarse una capa y una espada láser. No hay nada mejor que la fantasía que todavía entraña esta profesión. Cuando la elegiste, lo hiciste por la magia y por la capacidad que tenemos de conmover, hacer reír, pensar o llorar. Que no se te olvide. Que nadie nos venga con teorías mega sofisticadas. Es mucho más sencillo. Volvamos a la poesía, al arte, al sentido del humor.
Volvamos a defender la alegría.
Defender la alegría como una trinchera.
Defenderla del caos y de las pesadillas.
De la ajada miseria y de los miserables.
De las ausencias breves y las definitivas.
Con su permiso, Señor Benedetti. La alegría nos viene al pelo.
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