El primer texto de Mónica Moro sobre el bloque Lo Importante del análisis #ReConecta reflexiona sobre qué será Lo Importante en la sociedad traumatizada en la que nos encontramos.
Dicen por ahí que no estamos bien.
Dicen que los psicólogos están desbordados, que el Lexatín y el Orfidal son líder en ventas junto con las mascarillas y el hidrogel. Dicen que andamos perdidos y desilusionados. Que no dormimos bien, que nos duelen lugares tan profundos como la sima de Cabra. Dicen también que nunca antes nos importó tanto la salud, por encima de cosas como el dinero o el amor, ¡el amor!
Dicen que estamos mal. Lo dicen y especifican: estamos locos.
Y menos mal que por fin se dieron cuenta. Ha tenido que llegar una pandemia para que nuestras chaladuras sean tema de conversación. Nueve de cada diez europeos se deprime. Porque ahora cuando a nuestras neuronas les han metido un sartenazo, es cuando recalamos en que lo único que importaba era esto. La salud. No sólo la de los pulmones. La salud mental.
Una sociedad tocada es capaz de perder la gasolina como lo hace un depósito de un picotazo con una piedra. De a gotas, pero de golpe se termina quedando en el camino.
A la gente le da vergüenza contar que llora mientras conduce llevando a los niños al colegio, o que se siente solo y a morir, que odia su trabajo, o que no puede más sin tener uno. Vivimos en un país en el que todavía la pena hay que taparla con papel celofán, y de eso, los que trabajamos en publicidad sabemos un poquito.
A mi sin embargo los locos me fascinan, quizás porque soy una de ellos por motivos varios o por genética. Mi bisabuelo paterno anotaba en un libro -una joyita que tengo la suerte de conservar- cómo morían todos sus vecinos incluidos suicidios o cagaleras. Mi abuela materna se encerró de adolescente en un armario de un enfado y no salió en meses. De locos, ¿verdad? O de humanos. Creo fervientemente y más que nunca que el mundo pertenece a los que tenemos la capacidad de asumir vulnerabilidades o hacer estupideces como reír en medio de un funeral. ¿Quién no está loco ahora? ¿Quien no ha querido tirar a sus hijos por la ventana mientras teletrabajaba? ¿Cómo no estar loco en un mundo rodeado de tanta locura? ¿Está loco el que no puede más o lo están los demás?
Dos de cada tres personas afirman que el mundo va a cambiar para siempre. Amasar pan pasará de moda, pero el cambio se dará. Lo importante no es sólo asumir el papelón, sino hacerse cargo. Imagino entonces el colmo de los dislates: marcas con un nivel de locura tal, que se adapte a las circunstancias no sólo para atreverse a hablar del tema, sino para devolver a las personas su gasolina y ofrecer sanación a sus traumas, sean los que sean, -que todo no puede ser un drama y hay que reírse un poco por favor-.
Puede ser un mensaje que te pase la mano por el lomo, pero también pueden ser ofrecer hogares para pasar unas navidades decentes fuera de tus 30 metros cuadrados. Puede ser un poco de empatía, o atreverse a ayudar a la sanidad pública. Puede ser dejar de pensar en uno mismo y pensar en los autónomos, que ya tiene mérito caminar por la vida con la incertidumbre agarrándote del bajo de los pantalones.
También invito a quitarnos los complejos y dejar de pensar demasiado en si mi marca tiene credenciales para hacer tal o cual cosa y simplemente tratar de ser más genuino.
Si hemos reconocido qué es lo importante en una sociedad traumatizada, sólo necesitamos unos cuantos voluntarios, también locos, que descorran las cortinas y dejen pasar la luz. Luz. Lucidez.
Y ese consumidor -loco- pero que también es agradecido e inteligente, devolverá el favor, porque memoria no le falta.
El mundo va a ser diferente, ¿no tendrá que serlo el marketing también?
Ya lo decía Steve Jobs, la gente que está lo suficientemente loca para pensar que puede cambiar el mundo es la que finalmente lo logra. Aprovechémoslo. Hay locos por todas partes.
https://www.youtube.com/watch?v=EryxBXY8OHo
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